El sistema inmunitario tiene como función la protección del cuerpo contra las infecciones causadas por patógenos y, al mismo tiempo, debe mantener la tolerancia hacia los componentes del propio organismo.
En la respuesta inmunitaria podemos destacar dos mecanismos de defensa diferenciados:
La inmunidad innata: es la primera línea de defensa y su finalidad consiste en destruir el patógeno o mantenerlo bajo control mientras se desarrollan los mecanismos de respuesta específica. Los agentes extraños son atacados por fagocitos (monocitos, macrófagos y neutrófilos). Los macrófagos segregan citocinas que atraen a nuevos fagocitos al núcleo de la infección y facilitan la respuesta inflamatoria. Asimismo, existe un grupo de proteínas séricas (sistema del complemento) con la función de eliminar los patógenos y controlar la respuesta inflamatoria.
Las barreras físicas y químicas existentes en nuestro organismo también forman parte de la inmunidad innata. La diversidad de la inmunidad innata es limitada y su memoria es nula.
La inmunidad adaptativa: se trata de una respuesta de acción lenta y cuenta con mecanismos muy específicos de reconocimiento del patógeno, con una extraordinaria capacidad de memoria inmunológica, de forma que la magnitud y la capacidad de respuesta aumenta con cada exposición al patógeno. Los principales responsables de este mecanismo de defensa son los linfocitos B y T.
La inmunidad adaptativa cuenta con tres estrategias principales:
-por un lado cuenta con los linfocitos T citotóxicos capaces de destruír a las células de nuestro organismo que han sido infectadas por los patógenos y se encuentran en localizaciones a donde no pueden llegar los anticuerpos.
-en segundo lugar cuenta con los linfocitos B que secretan anticuerpos que se unirían a los mircroorganismos que quedan fuera de las células, impidiendo una potencial infección de las células del organismo y estimulando su destrucción por parte de los fagocitos.
-y por último, los linfocitos T cooperadores que son capaces de reconocer a los antígenos del patógeno situados sobre la superficie de células especializadas denominadas presentadoras de antígenos y de liberar citocinas para estimular la activación de los macrófagos, los procesos de inflamación y la activación (proliferación y diferenciación) de los linfocitos T y B.
Estrés, cáncer y actimel
El estrés altera la formación de nuevos linfocitos, así como su secreción en el torrente sanguíneo. Varios estudios han puesto de manifiesto que la respuesta de estrés disminuye la creación de anticuerpos como reacción a un agente infeccioso. La comunicación entre los linfocitos por medio de la liberación de mensajeros permanece muy disminuída frente a estímulos estresantes.
La respuesta de estrés aumenta el nivel de secreción de glucocorticoides, hormonas que deprimen la actividad del sistema inmunitario. Los glucocorticoides provocan una reducción de la glándula del timo, detienen la formación de nuevos linfocitos T e inhiben la secreción de interleucinas e interferones, también reducen la sensibilidad de los linfocitos a la alarma de infección.
Mantener el sistema inmunitario implica mucho gasto energético y en una situación de estrés es adaptativo minimizar los gastos para movilizar la energía que tenemos disponible y dirigirla a los órganos que han de dar una respuesta en la situación de emergencia en la que nos encontramos.
En los primeros momentos de la respuesta de estrés, muchos de los componentes del sistema inmunitario se ven reforzados, la aparición aguda de un agente estresante favorece la función inmunitaria. Si este agente perdura en el tiempo, se ponen en marcha mecanismos que deprimen el sistema inmunitario para dejar su funcionalidad a niveles basales y, de esta forma, evitar la autoinmunidad.
Si la aparición del agente estresante se cronifica entonces nuestro sistema inmunitario se deprime, quedándose a unos niveles por debajo de lo que sería su respuesta normal y aumentando el riesgo de enfermar. Varios trabajos han demostrado que una amplia variedad de estímulos estresantes pueden aumentar la susceptibilidad a sufrir ciertos procesos patológicos como las enfermedades infecciosas.
Virus que están latentes en nuestro organismo durante un tiempo, tienen más probabilidad de despertarse en situaciones de estrés.
En el caso del sida, diferentes trabajos ponen de manifiesto que el estrés puede alterar el curso de esta enfermedad, asimismo, se ha demostrado que el estrés psicosocial aumenta el riesgo de sufrir una infección por el virus VIH (mediado por conductas de riesgo sexuales) y un factor de riesgo importante para diminuir la adherencia a la terapia anti-retroviral.
Hasta el momento, no existen evidencias sólidas en seres humanos que aseguren una relación directa entre cáncer y estrés, el estilo de vida desempeña un papel clave en la conexión entre estrés y el curso del cáncer.
Los medios de comunicación nos bombardean con mejorar nuestro sistema inmune con diferentes productos probióticos que supuestamente ayudan a nuestras defensas, como puede ser el actimel.
Hoy por hoy, faltan evidencias sólidas que indiquen a ciencia cierta que podemos utilizar estos preparados para minimizar los efectos que el estrés crónico tiene sobre nuestro sistema inmunitario.
Aquí os dejo un video sobre la importancia del sistema inmune para una larga vida y algunos consejos para cuidar nuestras defensas: