lunes, 23 de diciembre de 2013

ESTRÉS Y EL SISTEMA CARDIOVASCULAR

Como respuesta al estrés, en el organismo se produce un aumento del gasto cardíaco y una redistribución del flujo sanguíneo, con el fin de preservar las funciones cerebrales y cardíacas y aumentar el aporte de sangre hacia los músculos.

  1. El corazón se acelera, incrementando la velocidad e intensidad de los latidos.
  2. Se produce constricción de algunas de las arterias principales.
  3. Las arterias del sistema mesentérico se estrechan y permiten un aumento de flujo sanguíneo hacia los músculos y el cerebro.
Si en una situación de emergencia sufrimos una herida con una importante pérdida de sangre, el cerebro enviará información a los riñones para que detengan la formación de orina y el agua pueda ser reabsorbida por la sangre y así mantener constante el volumen de sangre. La substancia implicada en esta señalización es una hormona denominada vasopresina que además de bloquear el proceso de diuresis, aumenta la presión sanguínea.

Todos hemos oído la expresión "orinarse del miedo", resulta que la orina que se almacena en la vejiga ya no puede ser reabsorbida por lo que es un peso muerto. Orinarse encima es una reacción adaptativa ya que nos libera de un peso innecesario que en situaciones de emergencia puede facilitar nuestra huida.

La respuesta de estrés hace que tanto el corazón como los vasos sanguíneos trabajen más tiempo, con lo que se genera un mayor desgaste fisiológico. Esto aumenta la probabilidad de aparición de pequeñas lesiones en los vasos si se mantiene esta respuesta a largo plazo.
Las grasas, la glucosa y las células sanguíneas de coagulación (plaquetas) se adhieren a la capa dañada generando un engrosamiento. Tanto la adrenalina como los glucocorticoides agravan la formación de estas obturaciones, denominadas placas ateroscleróticas.
Ante una situación de estrés, el corazón, al consumir más glucosa y oxígeno, necesita una vasodilatación, la presencia de placas ateroscleróticas provocará vasoconstricción.

El estrés crónico puede aumentar la probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares. El aumento de presión en el trabajo, la impaciencia, el sentirse presionado por el tiempo y la hostilidad de los sujetos se asocian con un aumento del riesgo de sufrir hipertensión.

Las diferencias en la reactividad que muestra la amígdala delante de estímulos emocionalmente salientes covaría con los parámetros fisiológicos asociados con el riesgo a sufrir alteraciones cardiovasculares. Personas cuya amígdala muestra una mayor reactividad ante estímulos socialmente amenazantes, también muestran unos niveles mayores de aterosclerosis preclínica.
Las interacciones funcionales de la amígdala con la corteza cingulada anterior y con otras regiones de la corteza prefrontal resultan críticas en la regulación del estado de ánimo.


Una alteración en dichas interacciones podría concluir en la aparición de alteraciones como la depresión mayor. La corteza cingulada anterior y otras regiones de la corteza prefrontal no solamente nos protegen de alteraciones psiquiátricas, sino también de alteraciones cardiovasculares.
Glanaros et al. encontraron entre los diferentes participantes de un estudio que cuanto mayor era la actividad de la corteza cingulada anterior pericallosa, mayor era la magnitud de la presión sanguínea mostrada por los sujetos en una tarea  (test de Stroop) donde la administración de un agente estresante interfería con su ejecución.



Fuente: Estrés y cerebro, Diego Redolar Ripoll, Universitat Oberta de Catalunya.

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